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Ana Rosalía Palacios Palacios (Chalía Palacios)

Desde la región del Cauca, en Colombia, en compañía de un grupo de chiricanos, llegó al incipiente poblado de Puntarenas, a finales del año 1879, Mercedes Palacios Palacios, una negra muy decidida y valiente, que quiso hacer de las arenas del Puerto el terreno donde plantaría su semilla. Y así fue, pues aquí nacieron sus hijos Ana Rosalía, Gabino Serafín, Evaristo Luis, María Teresa, José Natividad y Luis Fermín.

Ana Rosalía Palacios Palacios nació en Puntarenas el 4 de septiembre de 1880, según consta en la página 51 del Registro de Bautismos de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de esta ciudad, en el acta N.º 178. Fue la primera de siete hermanos, y desde muy pequeña, tuvo la oportunidad de correr batiendo las candentes arenas del Puerto, que era por aquel entonces, según lo describe Elsie Canessa Murillo, «una aldea de rancherías, casas sin pintar, calles sombreadas de naranjos y almendros».

Doña Rosalía y sus hermanos vivieron en una esquina céntrica de la ciudad porteña, muy cerca de la iglesia y de la casa de salud, ya para esa época conocida como Hospital San Rafael. Fue precisamente esta circunstancia, junto a la marcada estratificación social que se daba en Puntarenas, lo que fue desarrollando en la Negra Chalía, como cariñosamente se le llamaba a Rosalía, un sentimiento entrañable de amor y entrega hacia los demás, en especial, los más necesitados. Fueron innumerables las ocasiones en que conoció los casos de mujeres que acudían al centro de salud, venidas desde los lejanos lugares costeños a dar a luz, y recibir el dictamen médico de que debían regresar semanas después, pues aún no era el tiempo justo del alumbramiento; mujeres estas que no contaban con los recursos económicos suficientes para volver a sus hogares y después viajar de nuevo a Puntarenas. Rosalía, entonces, con ese vasto sentimiento humano que la embargaba, les ofrecía su casa para que se quedaran los días necesarios, y en medio de su pobreza, a ninguno de sus huéspedes les faltó nunca el alimento diario. Allí, en aquel amplio caserón de madera, muchas de estas mujeres escucharon por primera vez el llanto de sus hijos, y allí permanecieron, en incontables ocasiones, hasta muy pasada la cuarentena.

Rosalía, en su casa, lavaba y planchaba la ropa de las familias adineradas del Puerto, y también, gracias a la sabiduría de sus ancestros, atendía los partos, sacaba las pegas, enderezaba a los lisiados y curaba los males de ojo. Contaba doña Elsie Canessa Murillo que todos los días, por las calles ardientes y húmedas de Puntarenas, se veía a Rosalía, con sus enormes pies descalzos, de día o de noche, del Barrio de El Carmen al El Cocal, dirigirse a las casas donde había una parturienta, un niño enfermo o un moribundo, siempre llevando ese aliento de amor, de fe y de esperanza.

La pobreza en la que vivió Rosalía Palacios Palacios no fue nunca un obstáculo a su vocación de ayuda a sus semejantes. Lo poco que ganaba lavando y planchando ropa ajena, y lo que quisieran regalarle algunas personas de mejor posición económica, fue siempre compartido con aquellos que a su criterio más lo necesitaban, de ahí que doña Elsie Canessa Murillo, gran admiradora de José Martí, el poeta cubano por excelencia, identificó a Rosalía con uno de los Versos Sencillos de este bardo: Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar.

La única hija que tuvo Rosalía Palacios fue Trinidad Cayetana del Socorro Palacios Palacios, quien nació en 1907, pero murió muy niña, a la edad de ocho años, en 1915.

Fue Rosalía Palacios Palacios, como se señala en el Apunte histórico de la Escuela El Carmen de Puntarenas, publicado en 1991, la primera gran institución social que tuvo la ciudad de Puntarenas. Su monumento se yergue, lastimosamente muy olvidado y quizás desconocido para las nuevas generaciones, en el Barrio El Carmen, frente al edificio que otrora se levantara para continuar con la benéfica obra social de aquella negra que tanto bien esparció por las arenosas calles del Puerto; pero que hoy también ha caído en el doloroso e implacable olvido.

No le valió a Rosalía Palacios Palacios su amor y ayuda desinteresada por los demás, no pudo convencer a la muerte de su necesaria permanencia entre los porteños, y se fue, abrasada por las fiebres de un tétano, el 8 de enero de 1951, según consta en la página 9844 del Índice de Defunciones del Registro Civil de Costa Rica. Sus restos mortales, después de un considerable desfile fúnebre en el tren de Puntarenas, fueron depositados en el cementerio de La Chacarita.

Manuel Antonio Alvarado Murillo.

Compilador y redactor de la Biografía.