Aunque no está catalogada como enfermedad, el aburrimiento crónico puede considerarse una patología a la altura de la ansiedad o la depresión.
Esa es la tesis que sostiene la filósofa murciana Josefa Ros Velasco en su ensayo ‘La enfermedad del aburrimiento‘. Un texto que pretende desambiguar todo el desentendimiento que existe en torno al tedio. Porque aunque es una emoción que existe desde que el mundo es mundo, como explica Ros, en la práctica no se termina de entender del todo.
El aburrimiento nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Lo padecen los niños y las niñas (que lo verbalizan con naturalidad) y los ancianos. Sin embargo no terminamos de entender del todo qué supone y qué implica “estar aburrido”.
De hecho, habitualmente el tedio suele reducirse al hecho de no hacer nada. La diferencia entre ambas, que se deduce de la explicación que hace la murciana a lo largo de su obra, es una cuestión existencialista. Es decir: si no se hace nada por elección, porque se quiere no hacer nada, esa inacción producirá placer. Si no se hace nada por imposición, entonces sí es probable que provoque aburrimiento. Y he ahí el quid de la cuestión: en que inherente al aburrimiento, mantiene Ros Velasco, es el desasosiego que genera en quien lo padece.
En cualquier caso, existen grados y niveles de aburrimiento. Puede darse en su manera más sencilla y pasajera, o en su expresión más profunda y duradera. Desde estar una tarde sin saber qué hacer, hasta pasarse meses asqueado pro una rutina que desagrada. Es aquí cuando el aburrimiento puede llegar a convertirse, tal y como explica la autora, en patológico, que desencadene una enfermedad mental a la altura de la ansiedad o la depresión.
Y es que, según recoge ‘La enfermedad del aburrimiento‘, hay estudios que demuestran que las personas que padecen un aburrimiento prolongado tienen una esperanza más vida más baja.
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